fotos de GENTE... POCO privilegiada
#neo.beatrixkiddo
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प्रेम
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En donde más
se puede esconder uno: detrás
de unas paredes de ladrillos sin terminar y con color a Siloé, o entre la idea incompleta y
algo confusa de que una Era llega a su limite, y que lo mejor que se puede hacer para sobrevivir la
etapa anterior, es deber permanecer entre un bajo perfil simulado sin cambiar
ni moverse de a mucho, hasta que el brillo de luz que ahora y a veces esta
llegando de a poco desde los alimentadores de los circuitos, resurja
embriagante y poderoso como un ojo verdoso y amarillento desde los interiores
de las almas de los habitantes de Urantia (GAIA), a fin de parir la nueva posición de
los cambios sublimes que comprometen a la evolución de nuestras razas.
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Entre esa comunidad escondida y medio visible del último Siloé del planeta,
las hordas del deseo sexual de los humanos se despliega entre mensajes whatsapp
con videos carnales de ideas locas mezcladas entre arrecheras y emociones
temporales que envían las amargadas amigas a las esposas, y los perversos
amigos a los esposos, para permitir que las parejas de Siloé, sigan viviendo
sus vidas de casados, con hijos de por medio y amorosos sueños cálidos entre camas
separadas y amoríos insatisfechos... incompletos.
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Porque para interpretar bien el estar vivo, después de superar haber vivido
siete años en la Sierra Nevada de Santa Marta, me entregó respuestas a la
infinidad de las dudas, y solo a algunas de ellas: Anastasia. Ella con más
experiencia que yo, nació y creo que aun vive en la Taiga siberiana, o al menos
en esa Taiga imaginaria que nos dibujó Vladimir.Megre.
Y no es que hubiera sido muy difícil el haber convivido con las
experiencias ocurridas en Samaria, es mas bien, el poder llegar uno a conocer o usar las palabras adecuadas que interpretarían lo que aquella experiencia
significó... porque de verdad, me enredo tratando de encontrar significados a
mis acciones, o al menos, a lo que es saber lo que significa un determinado
momento; y mejor aun, después de haberlo vivido tan intensamente, algo tan maravilloso como fue lo de Samaria... Dice Vladimir en su peregrinaje de escritor, que leyó una vasta
documentación en lo referente a los individuos que se adentran a vivir en los
bosques durante un periodo largo de sus vidas... Él sabrá la respuesta correcta a
estas incógnitas de selvas vividas, experimentadas y sublimes.
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Pero como todo en esta vida no tiene que ver con solo solucionar las incógnitas,
sino que también nos toca ir descifrando
y desenrollando muchos caminos de dudas al
frente de uno; fue entonces cuando decidí mudarme a Siloé. Pintoresco barrio
popular de Santiago de Cali. Y que venía a ser, el aceptar el nuevo reto de dejar
de estar viviendo en las afueras del mundanal ruido. Para ello, Siloé
representa por ahora la mejor opción económica. Aunque las leyendas urbanas que
la han abrazado a este barrio, siempre sean muy escalofriantes.
El mejor entrenamiento para llegar a acoplarme a una vivienda en Siloé, lo
dictaron las fincas y casas donde alcancé a vivir en la Sierra. Como la casa de
bloque gris en obra negra con un olor algo pegajoso y fuerte a cemento seco;
aunque le rodeaban la brutalidad arquitectónica siete hectáreas de cafetales,
bosques, árboles frutales y el río. El gran río que atravesaba a Minca.
Para los amantes de la
naturaleza, Minca puede llegar a ser uno de los lugares más mágicos del
planeta, por su capacidad de poder brindar la opción de ser descubierto en sus
alrededores por el ser humano buscante pensante viajero y observador, entre diálogos
permanentes con la Naturaleza y con la opción de experimentar un intercambio de energías, que brindan
la protección y fondo seguro para algún tipo de crecimiento espiritual, al
estilo de la Taiga siberiana.
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DESIGUALDADES
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Aunque Siloé, no trae esa magnificencia de bosques. Mantiene otras abundancias diferentes: sus calles halan
el recuerdo de balas perdidas. Siloé trae olores a muertos que en antes, caían
por entre y sobre el cemento barrial, como flores de otoño, como gargajos
secos, como mierda de perro. Este barrio me recuerda de Medellín, a aquel barriecito donde vivía mi prima Diana Isabel
antes. Aunque una de las diferencias, es que aquí, en Siloé, no se debe de
mirar a los ojos por más de medio segundo... dicen. Por aquello de los respetos
por los recuerdos...
Aquellas son historias no contadas en papel de cuentos sino en denuncios
policiales de muertes salvajes que dejaron ecos de sobrevivencia, de
supervivencia y de otras vivencias en sus habitantes, como para evitar
problemas futuros. Y yo que venia acostumbrado en Samaria, a saludar a todo
transeúnte que me encontraba... Hola, buen día... etcétera. Donde mirar a los
ojos era parte del ritual del encuentro. Aun con aquellos individuos que miraban
con sonrisa de revolver y diente de oro. Como esa canción de Rubencito con laflorecita rockera,donde recita el poeta: cuidado con los Juanito alimaña,
cuidado con los Pedro Navaja.
Ahora me siento otra vez a
continuar escribiendo. El escribir es un camino como con callejones paralelos a
su alrededor que se continúan. Se continúan por delante, se continúan por
detrás, por los lados... y están todos como llenos de flores de colores.
Escribir no es para intelectuales, escribir es para hambrientos con verdades experienciales
entre ellos incrustadas. Aunque en mi caso sociológico filosófico y sicológico,
es como una terapia que sirve para apaciguar las cadenas de una molestia temporal
que ata... lo ata a uno a una estadía física dolorosa.
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El trabajo, a donde me arrime a incursionar esta vez, tiene las dos caras
del empleado: la de sus satisfacciones temporales y la de los encuentros
innecesarios. Además, que sí puede ver al final de la quincena, un salario
mínimo que estipula un gobierno insensible y que no pareciera que fuese algo que
encumbrara la dignidad del ser humano. Que se siente mas bien como una sonrisa
malograda que mantiene al empleado o al obrero pegado al árbol gigante de las
sobrevivencias. Porque se vive es para pagar el alquiler, se trabaja para andar
montado en muchos buses, para comprar alimentos a diario... y todo aquello, analizándolo,
deja saldo en mínimas al final del cuaderno... Si se da un gusto, no se podrán
ni pudran dar dos. Sin hablar de los encuentros innecesarios con un horario con
sabor a esclavitud, con el maltrato mental disimulado con palabras “suaves”, y
el sentirse dentro de un hábitat insalubre horas eternas.
Pero aquí también entran a jugar los aprendizajes, el éxito no depende de
las cualidades especiales del individuo, decía una pancarta comercial. Depende
de la constancia, el método y la persistencia. En Siloé, abunda la constancia
por el trabajo laboral. Laboran hombres y mujeres. Estudian dentro el sistema
educativo de la sobrevivencia, niños y niñas...
En Siloé, se nota y se siente el empuje de los que se llaman así mismos:
pobres. Desde el reciclador que vive en
la vecindad donde alquilo la pieza, el motoratón que sube gente desde el lado
comercial cerca al cementerio, donde hablando de muertos, puede que no le
quepan mas. Aunque me contaba el reciclador el otro día; que a su abuelita que
lo crió, la traslado a los Jardines del Recuerdo, y que él solito pago por
todo, señalándome con un gesto y mueca de la cara, a los otros familiares que viven
en la misma vecindad como queriendo decir que ninguno quizo colaborarle con el
proyecto. De todos modos, todo esto va acompañando a esa sobre-vivencia de la
que tanto se menciona acá.
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La piel campaneaba una nausea
a flor de los sentires, a medida que la hija de la dueña de la vecindad me iba
narrando hechos descriptivos de otras muertes no anunciadas y si anunciadas que
habían ocurrido dentro de la familia de ellos. Al tiempo que la sangre que cayó
sobre el cemento cálido a la entrada de la tienda al frente del parque, se iba
evaporando y diluyendo acompañada del jabón y el límpido. La escoba no podría
ocultar nunca el hecho de un alma que sufría dolores improvisos que se sentían
en el ambiente, por lo recién sucedido. Que se abrumaban por salir entre los
circuitos conductores de energías que iban y venían desde el sol hasta la
Tierra. Me sentí tan maluco y débil, que me despedí de ellas, y entré al cuarto
de alquiler. Ya tirado sobre ese sofá-cama azul profundo que me regaló Beata,
recapacitaba sobre el momento... En qué tan saludable sería seguir expuesto a
tiroteos improvisados que despedian a veces balas locas que iban y venían con
intereses fijos. Que serían de estos momentos en que me encontraba entre un
trabajo y otro. Que sería del rumbo perfecto y más saludable que esta
providencia me estaba hablando para que siguiera. Mientras que al mismo tiempo,
desde la tele, al final de una animación, la chica valiente de la película repetía
del guión prefabricado: tu destino lo
llevas por dentro, tenes que ser valiente para realizarlo.
Pero las anécdotas de muertos
no son lo único que existe en medio de la línea de la vida terrestre. Siloé es
el escenario perfecto para que se incuben los genes de la lucidez vibrante,
porque el hilo que separa a la demencia de darse cuenta de la realidad de lo
que pasa a escondidas detrás de las apariencias que muestran las
multinacionales en sus medios opcionales de vivencia; es frágil, más frágil es
el hilo que las divide.
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Ese hilo puede ser
quebradizo. Ese hilo solamente se mantiene comprendidamente en el interior del
intelecto en forma sana, cuando se le distrae de la realidad, al incorporar al
cuerpo dentro del juego del sistema, y al mantener la fe en el impulso
espiritual, para que el verdadero alimento del ser interior sea la energía que
viene desde los afueras. Se siente uno sano.
Por eso Siloé es perfecto.
Esta lleno de lo mejor del lado bajo del sistema, de la parte resquebrajada que
lucha por mantenerse unida, con los mismos versos que destila la elite, pero en
menor escala, en menor porcentaje de calidad, en mejor posición de
supervivencia. Porque la sobrevivencia se ha dejado atrás, en las calles
untadas de gotas salpicadas que los muertos han dejado detrás de ellos...
En un burdel de Siloé, las
bellas que ofrecen su piel al mejor postor, miran sus celulares de marca,
mientras sus redondeadas piernas lizas y suaves, se extienden afuera de las
sillas de barrio, mostrando unos pies bien cuidados y acicalados durante todo
el día, para que en la noche, los hombres casados y los no casados, paguen
treinta mil pesos por sus mieles.
Alli en medio de ese calor de
lugar público donde se expone el negocio más antiguo de la humanidad, el
primitivo arte de la seducción aún se suministra; solo que esta vez, auspiciando
al sistema nervioso con el lubricante alcohólico de ahora y siempre: una
cerveza bien fría.
En Siloé, las miradas de las
mujeres, le pidieron a llanto berriado a la policía, para que les pusieran
agentes de la fuerza en esa esquina de muerte y balas, a ver si así evitaban
que sus adolescentes hijos que consumen el vició en la esquina y lo mini
trafican, no sean asesinados por los pum pum que vuelan sin sentido marcando
conveniencias.
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El cuarto donde vivo en
Siloé, no tiene ninguna pared pintada. El cuarto de Siloé, tiene el piso en
cemento viejo sin terminar. Huele algo a humedad, es como si estuviera en una
cueva escondida debajo de la superficie de la ciudad. Mientras que una tele
usada de ochenta lukas traquea todo el día al tiempo que una nevera enana de
también ochenta mil, enfría el queso y las manzanas. Aun el yogurt es parte de esta
nueva vivencia. El super-Inter de la esquina, tiene los mismos precios como si
uno fuera de compras en Centenario. Me parece abusivo a sabiendas de que esta
localizado en Siloé. Pero es mi mejor opción. Mi única opción.
Alli sobre ese piso en obra
negra, se sentó la visitadora de la oficina de salud del Estado, a comprobar si
yo realmente vivía en un lugar lo suficientemente pobre, como para resibir en
el futuro cercano, beneficios del Estado, no solo por mi condición de
desempleado, sino también en cubrir algunos subsidios de vivienda y salud como
ayuda de un gobierno que a venido probando las muchas facetas que se permite,
para atender el asunto social de las gentes.
Pero a quien le puede
interesar lo que me pasa ahora, a pocos. Hace millones de años vivía un Luix
dentro de unas cavernas dibujando bisontes. Hace otros millones de años, otro
Luix caminaba por el centro de Londres, untado de olor a mujer, y con los
cabellos señalando al borde de una era comstruida sobre el sueño de pavimentar
al mundo, sin mirar a las consecuencias de tan acelerado pensamiento deseoso.
Aunque en si, ella solamente sentía el vaivén de su cabello rojizo entrelazando
sueños y deseos físicos, sobre las conversaciones que exprimía su cerebro desde
el colectivo mental de ese todo donde vivía hasta su realidad.
Detrás de una duda a cambios,
se esconde un temor apegado a las paredes del pensamiento, con el miedo a punto
de reventar. Es como una lluvia de balas sobre las casas de ladrillo y sin
techo del pesebre de Siloé. Es como un invierno en Georgia en las calles y sin
abrigo.
Las
casas de Siloé las terminan en cielos razos de tercer pisos sin construir, que
a lo mejor en una opción económica de país entre un flujo comercial poderoso,
podría ayudarle a los habitantes del sector a finiquitar en el término de un
corto tiempo, el sueño con sabor a cemento y dislumbrar la casa para sus
familias, con ese tercer piso terminado a lo bien. Para ello, el varón de uno
setenta y siete de altura, cabello que en otras épocas infantiles cuando vivía
en los campos de los Andes colombianos, brillaba contra el sol como heno de las
llanuras del lejano oeste. Ese varón, tiene una esposa indígena, que le ha dado
tres hijos. El cabello del varón; ahora vuela con el viento de las cometas de
julio, sintiendo los aires remojar las esquinas de un disfrute inconcluso, a
veces, cargado de otros más sueños materiales. El varón, es un moto-ratón al
servicio del transporte clandestino, llevando personas a sus hogares, desde el
sitio de escogencia. Hablando con sus colegas en los descansos, la jerga parcera
de las calles de Siloé, que trae el sabor a sangre impresa por añadidura en las
noches sin sueños, cuando los pandilleros salen a proclamar las zonas de su
propiedad donde se vende el vicio que mantiene incapacitado al espíritu de la
nueva sangre de jóvenes.
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Cuando los jóvenes de Siloé miran bajo sus zapatillas,
encuentran que los popos de perro que dejan los canes por montones, es parte de
aquellas cosas que se deben esquivar en Siloé. No solo las balas se esquivan si
se quiere estar bien. Los olores y la lluvia en las calles inclinadas en bajada
por donde corren las gotas de agua, son los encargados de llevársen los untados
decorativos hasta los caños y sifones. Toda esta porqueriza que se estanca en
los andenes y calles, se va, se va y vuelve otra vez cuando al otro día, sale
el sol alumbrar otros colores y...
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otras formas grotescas de olores que dejaron los perros. A
veces, la lluvia, baja también el color de la sangre, que se va a los sifones,
untada ella también de pura mierda de perro...
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